Edwar Barahona

Por Javier Álvarez

Edwar Barahona Murillo, uno de los egresados de la Normal Santa Teresita del corregimiento de El Valle, y en cuyo paso por dicho plantel educativo cosechó menciones de honor y exaltaciones por ser un estudiante destacado y sobresaliente, durante sus cinco años de estudio para formarse como bachiller pedagógico, terminó siendo un agente de la Policía Nacional en la que adquirió su condición de jubilado. Ahora hace uso del buen retiro y disfruta la vida en unión con su familia, en su finca.

Lo digo con orgullo: La Normal fue el principal y más prestigioso centro de educación en la costa Pacífica chocoana que albergó a estudiantes del litoral, y de la que salieron maestros y extraordinarios estudiantes con menciones igualmente meritorias como las de Edwar. La época dorada de dicho plantel, creo que terminó con la camada de estudiantes de su generación. Algunos de los docentes eran profesionales y otros empezaban, con el sacrificio personal, a profesionalizarse, a distancia.

Desconozco lo que deseaba estudiar, desde el punto de vista profesional, Edwar. Cualquier orientación profesional que pudieran tener los estudiantes de la época, resultaba inane. En el caso de Edwar, por ser un joven de condición social humilde y con unos padres que sustentaban su hogar a base de la profesión doméstica de su madre, por un lado y; por el otro, la de pescador, la de su padre, las posibilidades de emprender estudios superiores y de una carrera liberal, era, apenas, si, una quimera.

Sin ser liberados del peso de los designios, lo pensable para quienes estudiaban en la Normal, y que no era menos incierto, consistía en ingresar a la carrera docente. Era como sellar un pacto de resignación en aquellas personas que veían en la docencia una profesión minimizada y apocada con la auto- referenciación o la acción de “maestriar”. Sin embargo, el magisterio hubiera sido para Edwar un campo en el que lo académico y lo investigativo lo hubiera hecho trascender para cualificar la sociedad.

Edwar quiso ser policía, y así le ocurrió. No ha sido beligerante para disuadir. Una cualidad que está enmarcada en su simpatía original que le ha permitido no tener intentos para ser ensoberbecido ni mucho menos para que se deshilvane en sus egos. En él está el contenido de su esencia humana y humilde, muy genuina en quien conoce su origen y procedencia, y el entorno de su relacionamiento cotidiano. Ni siquiera él mismo ni sus familiares, pensaron en que estaban ante alguien superior.

Yo sé que las distinciones que, con su inteligencia, disciplina y esfuerzo conquistó Edwar en su vida estudiantil, han podido tener efecto en su vida profesional como agente de policía. Despojado de cualquier sentimiento de egoísmo, esta reseña que hago es el reconocimiento de una vida ejemplar que ha tenido Edwar y su familia; fue su tenacidad personal para sobreponerse a las azarosas vicisitudes de una niñez rodeada de limitaciones y oportunidades que le fueron esquivas, por muchas circunstancias.

Lo que le ocurrió a Edwar en su niñez y adolescencia al ser un destacado estudiante y un admirable jugador de fútbol, pueda que ahora les haya acontecido a otros jóvenes estudiantes de las nuevas generaciones. Y, eso, ¡es de tributar! No será para comparar épocas, tampoco. Es un ser maravilloso que aún tenemos entre nosotros y que vale la pena seguirlo teniendo de cerca para interactuar y admirarlo, ahora que ha prendido muchísimo más, por la manera como ha percibido la vida y sus experiencias.

Barranquilla, diciembre de 2025.

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